La Costa de Oro

Dicen que la llamaban así por el joven teniente Oxley, marino arrogante y duro como la madera de su cutter Mermaid, quien en 1823 y bajo el nombre del Rey, elevó su bandera de la Royal Navy en la misma playa que poco después lo vería morir. Sin embargo… yo creo que la llamaba así por ella. No nació allí, ni siquiera pasó mucho tiempo, pero fue ella, antes incluso de darse cuenta, con su pelo rubio y sus ojos verdes, quien marcó al tosco Oxley con la belleza de la costa de oro. Su costa.

El joven John entró en la marina con sólo 11 años, siempre le impresionó el mar, le daba paz decía; en días de tormenta en alta mar comentaba sentirse más seguro incluso que en la capital londinense por entonces sumergida en en plena revolución industrial.

Oxley era uno de esos tipos que se hacían así mismos, buscador de caminos perdidos, rutas inexistentes y vientos imposibles. Sin esa bandera de la Royal Navy muchos lo hubieran llamado pirata, pero Oxley era mucho más que eso, navegante de la historia, testigo crepuscular de los ocasos más bonitos del mundo, un aventurero en busca de algo…

Meses después de que Oxley encontrara la Costa de Oro y volviera a Inglaterra, pidió audiencia con el rey Jorge para presentarle su renuncia como teniente de la Royal Navy. Oxley no podía olvidar la belleza de ese pelo rubio y sus ojos verdes, esa paz que inundaba su alma gracias a ella, cómplice de sonrisas, de las olas y de ese calor que le impedía sentir frío en invierno. Nunca debió volver, nunca pudo olvidarla. Puede que no fuera el hombre más romántico y más piadoso, pero era valiente y honesto.

“My world may seem the same as yours… but it’s not, sometimes, things just fall apart…”

John Oxley. Gold Coast, 1824.

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